"Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes sobre ellos para ver qué se llevaría cada uno". Marcos 15:24
Aquel fue un día muy sombrío. Casi imposible de soportar. La mayoría de los que habían seguido a Jesús evadieron los sucesos de ese trágico viernes alejándose o escondiéndose. Otros prefirieron seguir junto al Él durante sus últimas horas de vida y presenciaron con profundo dolor e impotencia las injusticias que se cometieron en su contra.
Un juicio manipulado, la gente pidiendo a gritos la muerte de aquel galileo que no había satisfecho sus expectativas patrióticas. Fue golpeado de forma bestial por los salvajes soldados romanos. Los problemas habían comenzaron cinco días atrás con su entrada a Jerusalén. A final, en medio de abucheos, insultos y escupidas, enormes clavos se metieron en la carne de Jesús, luego subieron su cuerpo erguido y desnudo colgando en un madero a varios metros sobre el suelo. Torturado por sus enemigos, despreciado por su pueblo, y abandonado por gran parte de sus seguidores el Hijo de Dios se desangraba clavado en una cruz. Supuestamente aquel viernes negro sería el final de todo. Y no solo de la muerte del líder de los apóstoles sino de la fe todos lo que creían en el. Pero pasó todo lo contrario, fue el inicio del cristianismo.
Muchos de nosotros conocemos por experiencia propia lo que es este viernes. Sabemos que no es un simple desánimo de jueves causado por problemas cotidianos y fáciles de resolver. Es un duro golpe que llega con violencia desde el exterior; la muerte de un ser amado, la pérdida de nuestra salud o del trabajo con el cual sustentamos la familia.
En momentos así algunos actúan como aquellos seguidores del Señor que hulleron de los acontecimientos que ocurrieron aquel viernes, o como el ladrón que fue crucificado junto a Él, y comienzan a pensar que Jesús les falló. "Si de verdad Él fuera tan poderoso, no me tendría que pasar esto a mi. "¿Tú no eres el Cristo?, si es así, sálvate a ti mismo y luego a nosotros" (Lucas 23:39).
No es fácil alcanzar paz para el alma en medio de las tormentas de la vida, no, no lo es, pero así como sus entristecidos pero mas fieles seguidores pusieron sus esperanzas junto a Jesús en la tumba, creyendo que Él se levantaría de allí como se los había prometido, de esta misma forma los creyentes debemos poner nuestras fe y confianza en él porque creemos en sus promesas, y aunque sabemos que hoy es un viernes negro adelante está el domingo de Pascua.
Es inevitable sufrir con el primer impacto de la pérdida, pero el espíritu que vive en nosotros, nos recuerda que la historia aun no ha terminado.
Porque, por supuesto, Jesús es el Cristo. Y sin importar cual sea la apariencia Él nos está salvando. Dios está trayendo paz eterna a nuestras almas, y lo hace del modo que Él ha escocido. Con la muerte y resurrección de su Hijo.
Marcel Amorín