viernes, 14 de febrero de 2014

La belleza exterior e interior

Belleza exterior
Existen diversos tipos de belleza física entre las que se destacan: cuerpos perfectos y elegantes, los rostros con facciones bonitas y ojos hermosos, también está la belleza del atleta con sus cuerpos esbeltos y flexibles. Pero cuando hablamos de belleza física estamos hablando de "belleza exterior" y este tipo de belleza en el mejor de los casos dura dos o tres décadas. Pero.. ¿qué hay de la otra belleza?, "la interior", la que se mantiene radiante toda la vida y perdura por la eternidad, esa belleza que se encuentra en los corazones humildes, agradecidos y llenos de amor, esa belleza que emana de las mentes brillantes que han decidido vivir sus vidas haciendo la voluntad de Dios. 
 En Proverbios 31:30 el Rey enseñaba a su hijo diciéndole estas palabras:
"Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada".

Sin lugar a dudas nada se iguala a la belleza espiritual, a esa serenidad interior que procede de un espíritu dócil y pacífico que reposa a los pies de Cristo. Cuando David puso el Arca de Dios dentro de la tienda que él mismo levantó, le ofreció holocaustos y sacrificios de paz, luego les habló a las personas que estaban presentes:
"Dad a Jehová la honra debida a su nombre; Traed ofrenda, y venid delante de él; Postraos delante de Jehová en la hermosura de la santidad." 1 Cron. 16:29.

 En Romanos 10:15 el Apóstol Pablo nos cuenta lo hermosos que son los pies de los que anuncian el Evangelio. Mas no hay nada comparable a la belleza de Nuestro Salvador; bello en santidad, en amor, en perdón y en gracia!
 Hermano mío, amigo; si tu y yo adoraramos a Dios solo la cuarta parte de lo que le adoraron Moisés, David o Pablo, seguramente podríamos escuchar su voz susurrándonos al oído diciéndonos dulcemente: "¡Tu también eres hermoso hijo mío, tu también lo eres, y yo te amo!".

 Como creyentes que somos tenemos que mostrar la belleza interior, la que viene del Espíritu Santo y no esa belleza de la carne que perece en veinte o treinta años, pero para lograr eso es necesario que se manifieste en nuestras vidas esa pura, eterna y sublime hermosura del Señor Jesucristo, sin ÉL no somos nada.
 

 Los cristianos debemos ser el reflejo de Dios para el mundo!

                                    Marcel Amorín