Días atrás, charlando con mi hermano vía Skipe, divagábamos sobre algunos temas sin importancia, y quizá por aburrimiento u ocio, en determinado momento comenzamos a hablar de ciertas personas cercanas a nuestra familia que no se han comportado muy bien últimamente. Al comienzo eran pequeñas críticas, parecía algo inofensivo, pero mas adelante nuestra conversación se llenó de comentarios negativos hacia ellos. Con el correr de los minutos algunas palabras crueles entraron en escena. Al instante de haberme despedido de mi hermano me di cuenta que mi ánimo comenzó a caer como en un pozo.
Siempre supe que este tipo de charlas no son buenas. Y la voz de mi conciencia comenzó a recordármelo. Hasta que no pude esperar mas, así que tomé el teléfono y llamé a mi hermano para pedirle disculpas por permitir que la conversación halla tomado ese rumbo. El me confesó que se estaba sintiendo tan mal como yo. Nos pusimos de acuerdo que en determinado momento descuidamos algunos comentarios y se hizo una pequeña llama, y esos comentarios incendiaron a otros, hasta que nos incendiamos nosotros mismos con indignación santurrona. Y trajimos a memoria algo que nuestro padre nos enseñó cuando eramos pequeños, nos dijo que si algún día nuestra ropa se prendía fuego, deberíamos detenernos, tirarnos al suelo y rodar, de esta forma el fuego se extinguiría. Entonces mi hermano me sugirió que desde ese momento en adelante intentáramos hacer algo similar en nuestras conversaciones. Si vemos que se inicia un pequeño fuego.. detenernos, tirarnos al suelo (arrodillarnos) y orar. Esta analogía nos hizo soltar una risa, pero desde ese momento decidimos que de ser necesario aplicaríamos la sugerencia a nuestras charlas.
Cuando observemos que la conversación se está deslizando por lugares inapropiados, será un buen momento para recordarnos unos a otros cual es el camino correcto. Las conversaciones negativas y los chismes no afectan tan solo nuestra relación con Dios y los demás, también tienen un efecto perjudicial sobre nuestro espíritu. Aunque parezcan insignificantes, ciertas palabras pueden ser la chispa que provoquen un gran incendio. ¿No será mejor evitar el fuego antes que comience?.
"Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, cuán grande bosque enciende un pequeño fuego".
Santiago 3:5
Marcel Amorín
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Siempre supe que este tipo de charlas no son buenas. Y la voz de mi conciencia comenzó a recordármelo. Hasta que no pude esperar mas, así que tomé el teléfono y llamé a mi hermano para pedirle disculpas por permitir que la conversación halla tomado ese rumbo. El me confesó que se estaba sintiendo tan mal como yo. Nos pusimos de acuerdo que en determinado momento descuidamos algunos comentarios y se hizo una pequeña llama, y esos comentarios incendiaron a otros, hasta que nos incendiamos nosotros mismos con indignación santurrona. Y trajimos a memoria algo que nuestro padre nos enseñó cuando eramos pequeños, nos dijo que si algún día nuestra ropa se prendía fuego, deberíamos detenernos, tirarnos al suelo y rodar, de esta forma el fuego se extinguiría. Entonces mi hermano me sugirió que desde ese momento en adelante intentáramos hacer algo similar en nuestras conversaciones. Si vemos que se inicia un pequeño fuego.. detenernos, tirarnos al suelo (arrodillarnos) y orar. Esta analogía nos hizo soltar una risa, pero desde ese momento decidimos que de ser necesario aplicaríamos la sugerencia a nuestras charlas.
Cuando observemos que la conversación se está deslizando por lugares inapropiados, será un buen momento para recordarnos unos a otros cual es el camino correcto. Las conversaciones negativas y los chismes no afectan tan solo nuestra relación con Dios y los demás, también tienen un efecto perjudicial sobre nuestro espíritu. Aunque parezcan insignificantes, ciertas palabras pueden ser la chispa que provoquen un gran incendio. ¿No será mejor evitar el fuego antes que comience?.
"Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, cuán grande bosque enciende un pequeño fuego".
Santiago 3:5
Marcel Amorín