Me encontraba yo ansioso por motivos de las obras para el Señor, tratando de sumar tareas de evangelista, exigiéndome todo el tiempo, no solo a mi también a mis hermanos, para que en aquel día poder ser tomados en cuenta para la salvación.. pero cierta noche caí en sueño profundo y fui llevado en el espíritu a una visión. Pude ver frente a mi una potente luz, radiante, yo sabía que era Dios Padre, aunque no podía ver su rostro, y muchos libros sobre una mesa, de pronto Él tomó uno de los libros, lo abrió y comenzó a leer en voz alta cada una de mis faltas, cada pensamiento pecaminoso, que sin ser pecados escandalosos de esos que se hacen conscientemente, eran pecado igual. Uno tras otro los leía y me iba recordando cada vez que le había fallado, al final cerró el libro, y no había nada bueno escrito allí sobre mi, no se encontraban ni mis buenas obras, ni mis oraciones, ni mis años de evangelista, nada de eso. Me sentí tan avergonzado al ver que mis maldades eran tantas que me hundí en el suelo viéndome derrotado, sabiendo que merecía lo peor, porque Dios es justo y sabía que debía juzgarme según mis obras, y le dije: "estoy perdido delante de tu presencia, se que merezco lo peor de ti y nada de lo que he hecho bueno según mi manera de pensar tiene valor". Sinceramente tuve miedo, estaba frente al Juez justo, frente a quien tenía mi vida en sus manos, mi eternidad en sus manos, comencé a llorar perdidamente reconociendo mi condición reconocía que todo lo que había dicho era cierto. Y en el momento que peor me sentía y ya no me quedaba valor ni siquiera para levantar mi cabeza, veo que se me acerca un hombre, y sentí en el espíritu que era Jesús, se puso junto a mi, levantó mi rostro, me miró dulcemente, luego miró al Padre y le dijo: "Yo lo justifiqué, el es mío, puso su dedo pulgar en mi frente y en ese instante me sentí justificado. Entendí que no es por lo que yo haya hecho o haya dejado de hacer, pues el que único que nos puede justificar es Jesús, y no nuestras buenas obras. Después me ayudó a levantar y me dio una tarea específica para hacer. Al despertar de esa tan real visión comencé a llorar delante de su presencia porque entendí que no por lo que hallamos vivido, no por lo que hagamos en esta vida para Jesús, aunque lo hagamos con amor, aunque lo hagamos con empeño para glorificar su santo nombre, entendí que nada nos va a justificar, solamente la sangre de Cristo, solamente su sacrificio en la cruz es lo que nos justifica.
Ahora yo se que el día que yo esté delante del juicio de Dios, Él leerá todas mis obras, aún los más íntimos pensamientos, los abrirá delante de todos pero vendrá el que me justifica y dirá: "El está justificado, porque yo lo justifico".
Y después de que el Señor me mostró todo esto mi alma sintió paz, y mucho mas deseo de servirle porque ahora entiendo que todo lo que haré será porque Jesús me está guiando, y aunque tenga mis errores porque soy humano y vivo en un mundo lleno de tentaciones, y aunque puedo caer, Él estará ahí para levantar mis manos y mostrarme su salvación.
Romanos 3:24